Malí
A veces me pregunto
por que sigo fotografiando ¿qué es lo que busco?, ¿qué sentido, por ejemplo,
tienen estas imágenes?, ¿son espejos, o quizás espejismos? Sé que en mis fotos
no hay denuncia, al menos entendida en un sentido clásico. Mi mundo, el mundo
de mis viajes y de mis imágenes es África, como lo fueron Asia o Centroamérica,.
Malí, Guatemala o Viet-nam.
Un mundo de
carencias, de emociones, de lucha por la supervivencia, un mundo sin luz ni
colores, a tenor de la información que nos llega. Es así y no lo es. Todo
depende del ángulo que escojamos, de la lente o el diafragma seleccionado; pero
también del corazón al otro lado de los espejos. Según se mire.
No se puede decir
que en mis fotografías haya rastreado las rutas del hambre y la privación. No
me entretengo, morbosamente en la aflicción, en la pérdida o en el dolor. Ahí
están. Existen. Quizás más expuestos; digamos que una pobreza más vistosa, más
exótica. Pero no deja de ser una necesidad, una insuficiencia definida con
criterios occidentales, los mismos que nos ciegan de vanidad para impedir que
nos sintamos cómplices y sujetos a otro tipo de carencias y estrécheles, más
sutiles, más inconfesables, pero no por ello menos ciertas. La miseria, la
mezquindad o la poquedad no nos son tan ajenas como nos figuramos a este lado
de las fronteras del desarrollo. Según se mire.
Y es que creo que en la belleza, en la
serenidad de estas imágenes, mucho más allá de los estereotipos de la miseria,
va implícita la más dura de las denuncias. Esta es la verdadera África,
hacendosa y esperanzada; éste es el Malí tenaz y obstinado ante las leyes de
los adverso. En mis fotografías se atisba el más emocionado y amenazado de los
paisajes africanos: la vasta extensión humana de sus habitantes, sometidos a
veces por la ceguera de sus propios dirigentes, otras por la avaricia de las
grandes corporaciones multinacionales, y en no pocas ocasiones, por la
adversidad natural. No dudo en enfrentar directamente a la cámara a los
personajes que se me cruzan. Ellos son los auténticos protagonistas de mis
viajes. Ellos y la luz, que da volumen a su expresión textura a su piel y
relevancia a sus sentimientos. Muy lejos del Nuevo Orden Mundial quedan los
bailes exultantes y coloristas de los Dogón y los Bambara; los rituales nómadas
de los Peules o los días de Níger entre los Bozo.
Ante mis lentes
discurre el universo cotidiano de hombres y mujeres que trabajan, sueñan, rezan
y aman hermanados con la tierra y el agua. Hombres y mujeres de risa fácil, que
aciertan a recordarme que estoy vivo, que las emociones existen más allá de los
muros rígidos, de la cacofonía de desencuentros de nuestros paraísos
occidentales. Hombres y mujeres de extraordinaria sencillez, que me han
enseñado no sólo las otras caras del hambre, sino además a vivir un tiempo
diferente, casi físico, lento e intenso, donde siempre cabe mucho más de uno
mismo.
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