jueves, 13 de septiembre de 2012

XLVIII 1990´s Malí (West Africa) 2.3 - Viajes





Malí


2.3  El corazón del Occidente Africano 


Malí, capital Bamako, es el séptimo país en extensión del continente africano. Dos tercios de su territorio, situado en el corazón del oeste africano, están ocupados por el desierto del Sahara. Sus fronteras limitan con Senegal, Mauritania, Níger, Burkina Faso, Costa de Marfil y Guinea.

Durante siglos Malí fue el punto de partida y llegada de la lucrativa ruta transahariana. A cambio de sal, tan querida entre los pueblos subsaharianos, se transportaban hacia el
Mediterráneo cargamentos de oro, marfil o esclavos. En el siglo XIV, Malí era uno de los más importantes centros comerciales del continente africano, y Tombuctú, estratégicamente situada entre el extremo meridional del desierto del Sahara y el más septentrional de los meandros del río Níger, uno de los más destacados centros de conocimiento y estudios islámicos, durante más de 60años los franceses dominaron el país, hasta que en 1960 se independizó.


Malí es en la actualidad uno de los países más pobres de la tierra con una renta per cápita de apenas 270 dólares. Cerca del 90% de la población de Malí (8,7 millones datos de 1996) vive en el tercio meridional del país, cuya fertilidad contrasta con la aridez y sobriedad del norte. Los Bambaras, Tuaregs y Dogons son los tres grupos étnicos dominantes. El consumo de calorías se mantiene en un 30% por debajo del mínimo requerido. La atención y servicios médicos, en aquellos lugares en los que existen, son bastante inadecuados. En términos estadísticos el país cuenta con 1 médico por cada 17.000 personas y 1 cama de hospital por cada 2000 personas. El porcentaje de mortalidad infantil es de 110 de cada 1000 niños. La expectativa de vida se sitúa entre los 43 y 47 años. No hay que olvidar además las miles de víctimas que la malaria se cobra cada año. Por último, los índices de alfabetización no superan el 35% de la población, sólo un 25% de los niños son escolarizados.

Más que intentar dominar a la naturaleza, las gentes de Malí se adaptan a ella. Pero, por desgracia, el país cuenta con pocos recursos naturales y padece frecuentes sequías. Apenas si hay industria y la mayoría de las empresas están controladas por el gobierno. Un 80% de población se dedica a tareas agrícolas. El más urgente de los problemas medioambientales es la desertificación que amenaza virtualmente al total del territorio que aún no es desierto.

Así pues, la pobreza no es nueva para los pueblos de Malí. Y aún así, más allá de la dureza de las estadísticas, es la simpatía y el trato amable de la gente lo que más fácilmente nos impresiona. No es difícil sorprenderse disfrutando del ritmo vibrante de las ciudades o del bullicio de los mercados locales porque en Malí el tiempo está orientado hacia la tradición o la conveniencia que hacia la innovación o la urgencia de la vida occidental.

Sólo cuando obviamos los estereotipos de la exótica necesidad y la hambruna endémica, es posible entender la intensa belleza que subyace a los contrastes: la vasta y hermosa desolación del desierto en Tombuctú o Gao, frente a la sabana, sembrada aquí y allá de matorrales, arbustos y baobabs. No lejos de los siempre populares paseos fluviales de Ségou, Bamako o de la fascinante Djenné, se extiende la meseta silenciosa del Sahel, en cuyo corazón se abren como cicatrices los escarpados cañones y barrancos en los que aún habitan, orgullosos de su esencia única, los pueblos Dogones.

Texto: Javier Santos Asensi











































































































































































































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