Malí
2.3 El corazón del Occidente
Africano
Malí, capital
Bamako, es el séptimo país en extensión del continente africano. Dos tercios de
su territorio, situado en el corazón del oeste africano, están ocupados por el
desierto del Sahara. Sus fronteras limitan con Senegal, Mauritania, Níger,
Burkina Faso, Costa de Marfil y Guinea.
Durante siglos Malí
fue el punto de partida y llegada de la lucrativa ruta transahariana. A cambio
de sal, tan querida entre los pueblos subsaharianos, se transportaban hacia el
Mediterráneo
cargamentos de oro, marfil o esclavos. En el siglo XIV, Malí era uno de los más
importantes centros comerciales del continente africano, y Tombuctú,
estratégicamente situada entre el extremo meridional del desierto del Sahara y
el más septentrional de los meandros del río Níger, uno de los más destacados
centros de conocimiento y estudios islámicos, durante más de 60años los
franceses dominaron el país, hasta que en 1960 se independizó.
Malí es en la
actualidad uno de los países más pobres de la tierra con una renta per cápita
de apenas 270 dólares. Cerca del 90% de la población de Malí (8,7 millones
datos de 1996) vive en el tercio meridional del país, cuya fertilidad contrasta
con la aridez y sobriedad del norte. Los Bambaras, Tuaregs y Dogons son los
tres grupos étnicos dominantes. El consumo de calorías se mantiene en un 30%
por debajo del mínimo requerido. La atención y servicios médicos, en aquellos
lugares en los que existen, son bastante inadecuados. En términos estadísticos
el país cuenta con 1 médico por cada 17.000 personas y 1 cama de hospital por
cada 2000 personas. El porcentaje de mortalidad infantil es de 110 de cada 1000
niños. La expectativa de vida se sitúa entre los 43 y 47 años. No hay que
olvidar además las miles de víctimas que la malaria se cobra cada año. Por
último, los índices de alfabetización no superan el 35% de la población, sólo
un 25% de los niños son escolarizados.
Más que intentar
dominar a la naturaleza, las gentes de Malí se adaptan a ella. Pero, por
desgracia, el país cuenta con pocos recursos naturales y padece frecuentes
sequías. Apenas si hay industria y la mayoría de las empresas están controladas
por el gobierno. Un 80% de población se dedica a tareas agrícolas. El más
urgente de los problemas medioambientales es la desertificación que amenaza
virtualmente al total del territorio que aún no es desierto.
Así pues, la
pobreza no es nueva para los pueblos de Malí. Y aún así, más allá de la dureza
de las estadísticas, es la simpatía y el trato amable de la gente lo que más
fácilmente nos impresiona. No es difícil sorprenderse disfrutando del ritmo
vibrante de las ciudades o del bullicio de los mercados locales porque en Malí
el tiempo está orientado hacia la tradición o la conveniencia que hacia la
innovación o la urgencia de la vida occidental.
Sólo cuando
obviamos los estereotipos de la exótica necesidad y la hambruna endémica, es
posible entender la intensa belleza que subyace a los contrastes: la vasta y
hermosa desolación del desierto en Tombuctú o Gao, frente a la sabana, sembrada
aquí y allá de matorrales, arbustos y baobabs. No lejos de los siempre
populares paseos fluviales de Ségou, Bamako o de la fascinante Djenné, se
extiende la meseta silenciosa del Sahel, en cuyo corazón se abren como
cicatrices los escarpados cañones y barrancos en los que aún habitan,
orgullosos de su esencia única, los pueblos Dogones.
Texto: Javier Santos Asensi
Texto: Javier Santos Asensi
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