2.2 Caminos de hierro del occidente Africano
Viaje Al corazón de los contrastes
Una vez obviamos los estereotipos de la
exótica necesidad y la hambruna endémica, ¿qué es, en definitiva, lo que hace
de esta peculiar navegación ferroviaria
que proponemos, una experiencia positiva? Pues bien, muy a pesar de la hermosura de la construcción en barro sudanesa o de las
idílicas playas oceánicas, no me atrevería a recomendar este viaje a aquellas
personas ávidas de arquitecturas y exótico relajo. No es tampoco apto para
fabulaciones de la prisa, en África todo es parsimonia; “acá-se vanagloriaba un
viejo amigo senegalés- nadamos matando el tiempo a cada instante, sin embargo a
vosotros en Europa el tiempo os mata, consumiendo cada rincón de vuestra vida”.
Todo toma su tiempo llegar el lunes de mercado
a Djenné o alcanzar finalmente Tombuctú; atravesar el país Dogón, adentrarse en
un parque nacional, o incluso completar los saludos rituales cada vez que
reencuentras a cualquiera de tus nuevos conocidos. Es éste un viaje lento al
corazón de la gente, que es como decir una travesía al corazón de la cultura
del África occidental. Un viaje a la diversidad, a la diferencia, que necesita
de grandes dosis de paciencia, y un único refinamiento, el de la tolerancia y
el respeto por todas aquellas costumbres que nos son ajenas.
Solo entonces
será posible empezar a entender la intensa belleza que subyace a los
contrastes: la vasta y hermosa desolación del desierto en Tombuctú y Gao,
frente a las marismas tupidas de manglares y las selvas de nombres difíciles al
sur de Senegal o de Costa de Marfil. No lejos de los siempre populares paseos
fluviales de Ségou, Bamako o de la fascinante Djenné se extiende la meseta
silenciosa del Sahel, en cuyo corazón se abren como cicatrices los escarpados
cañones y barrancos en los que aún habitan, orgullosos de su esencia única, los
pueblos fogones. Los parques que acotan algunos de los últimos bosques
autóctonos de la región; Camoé o Tai en Costa de Marfil, o el de Niokolo.koba
en el sudeste senegalés, rompen la árida monotonía de la planicie: ocres, sienas y tostados desde la ventanilla de un
tren cuyo rumbo a veces olvido. La sabana, sembrada aquí y allá de matorrales,
arbustos y baobas; y en su reverso, las dunas y playas tropicales de Casamance,
al sur de Senegal, o las de Sassandra y
Assini en Costa de Marfil.
En una de las paradas, desde un andén de
tierra mal pisada, observo aquel tren tartaja, desvalido y sin orgullo alguno,
asaltado por una turba excitada de vendedores y pedigüeños: gritos y órdenes,
empujones, caídas; racimos de manos aupando a las ventanas cucuruchos de
cacahuetes recién tostados, bolsitas de agua y refrescos, piñas, bananas,
ramilletes de dátiles o mangos de pulpa dulzona. Y recuerdo sentir un algo de lástima
por aquel convoy asediado, en el medio de la confusión de lenguas y palabras
escupidas en todas las direcciones de aquella estación mal iluminada camino de
Bamako.
Es éste un tiempo de demoras y sensaciones
abandonado a la conversación y la risa, al hervor de los tés que se dicen
amargos y fuertes, como el amor, o dulces, como la vida. Es un tiempo de trenes
que se dejan arrastrar fatigosos, esparciendo en el horizonte de la memoria los
restos de aquel festival de hedores y clores disparatados que ahora llamo
recuerdos. Un tiempo que nos recuerda que lo importante del viaje no es llegar,
conquistar o alcanzar, es el tránsito por el presente de las sensaciones y los
sueños; lo verdaderamente importante es conocer a la gente que habita ese
viaje, a los pobladores de un sueño que circula sin prisas por los caminos de
hierro del África Occidental.
Texto: Javier Santos Asensi
Ségou-Uagadugu-Abidjan
No hay comentarios:
Publicar un comentario