MADAGASCAR
1.5 Viajando con desconocidos
Después de cumplir con mis compromisos profesionales como todos los años, el viaje era la recompensa, el escape, la huida, la manera de cargar las pilas para volver enfrentarse un año más a la rutina de la profesión. En 1995 después de haberme recuperado totalmente (sin residuos en sangre) de la Malaria contraída en mi anterior viaje por Malí, decidí escoger un destino un tanto más cómodo, o al menos eso creía yo, fascinado por un reportaje sobre Madagascar publicado unos años antes en la revista Altaïr (mi preferida y editada en Barcelona), decido que este sería mi próximo destino.
Preparar el viaje era todo un ritual, el
billete, los dólares, el equipo fotográfico, los carretes de diapos, el
botiquín, y cuatro mudas para el camino, eso era todo lo que llevaba en la
mochila, ah se me olvidaba, la Lonley Planet,
la guía imprescindible para obtener la información básica, donde dormir, donde
comer, como llegar, como moverse, necesaria más bien al principio del viaje, ya
que finalmente la mejor información siempre se encuentra en los lugares de
destino, y con la gente local.
De nuevo volvería a viajar en solitario, aunque
viajando solo nunca me encontré totalmente solo, siempre da más pie a
relacionarse e intercambiar experiencias con el otro, al final acabas
compartiendo con alguien sea local o foráneo. Tras mi pequeña escala en París,
y visita obligada a Dominique y Cloé, amigas salvadoras en mi anterior viaje
malarioso, aterrizé en Antananarivo. Como siempre el ritual era buscarse la
vida para llegar a la ciudad y por el camino elegir alguno de los hotelitos low
que aparecían en la lonley, pero siempre que llegas a un nuevo lugar,
aeropuerto, me asalta cierto desconcierto, intento situarme y buscarme la vida
para llegar a la ciudad junto con el resto de pasajeros que terminan de tomar
tierra.
Intente encontrar un taxi pero parecía que
todos andaban ocupados, también intente compartir con una pareja de
occidentales y su bicicleta un taxi, pero finalmente la bicicleta ocupo mi
lugar y yo me quede en tierra. Decidí entonces buscar el bus de línea hacia la
ciudad, y por el camino me asalto una joven occidental llamada Helen, que me
propuso compartir el taxi a la ciudad, todo comenzó compartiendo aquel taxi,
por el camino dialogamos sobre nuestros rumbos sin rumbo, y viaje en solitario,
pero rápidamente encontramos un feeling y a nuestra llegada al hotel, decidimos
compartir la habitación, ya que nos resultaría más económico, como siempre en
África.
Todo
empezó naturalmente; hacia donde te diriges… no sé… y tú …. Tampoco lo sé….
vamos a dar una vuelta y descubrir la city…. Ok…. , no muchas palabras faltaban
al principio, nos dejábamos llevar por esta ciudad merina, descubriendo los
rincones y lugares transitados por vida y fardos, el Zoma, mercado situado en
la plaza central, el palacio del rey
Andrianpoinimerina, fundador de la ciudad, la ciudad alta, la ciudad baja,
finalmente acabamos contemplando la ciudad desde lo alto de la terraza del
hotel al anochecer, recuerdo que después de nuestro primer día compartido,
Helen me confesó que le gustaba mi manera de viajar, de compartir y
relacionarme, y como nuestros caminos eran mas o menos parecidos, decidimos sin
ningún tipo de compromiso y relación, convertirnos en compañeros de viaje con
toda libertad si nuestros caminos se separaban, y así fue hasta el día en que
tenía previsto que su pareja se reuniese con ella más al norte de la isla.
Pasamos varios días en Tana decidiendo hacia
donde marchar y descubriendo la ciudad, finalmente partimos en tren hacia el
este, Nosy Boraha (o Ílee Sant Marie bautizada por los franceses), pero sin
antes hacer unas pocas escalas; partimos de Tana por los caminos de hierro que
se dirigen hacia el este, haciendo nuestra primera etapa en la Reserva Périnet
(Andasibe), un lugar fantástico para hacer una primera toma de contacto con la
naturaleza salvaje de Madagascar.
Lo más emocionante de aquella parada, fue el día
que dimos una caminata con un guía del parque, encontrar los primeros
lemures, los Ingri, fue súper emocionante, sumidos en la espesura del bosque
perder la orientación era lo más fácil y adivinar la silueta de cualquier
camaleón no tan fácil, gracia a nuestro guía pudimos ver a los grandes del
parque, los Ingri saltando de rama en rama, con esa mirada de curiosidad y
miedo a la vez, fue un buen comienzo.
Antes de dirigirnos mas al este decidimos
adentrarnos un poco más al norte hacia el Lago Alaotra, era la época de cosecha
de los leeches, este fruto dulce y cáscara puntiaguda, los pickup trukcs iban
llenos de arriba para abajo, nos pusimos las botas comiendo de este fruto, y
subidos en los bultos llenos de leeche viajamos desde Andasibe vía Moramanga
hasta un pueblecito en la ladera este del lago Alaotra, un viaje largo y lleno
de obstáculos, y pistas a veces intransitables, recuerdo el momento donde paro
nuestro pickup, y no se que le pasaba al motor, que acudieron los lugareños
para echar una mano, y sacaron el motor de su carrocería, le dieron unos toques
mágicos, lo volvieron a meter en su sitio, y aquello volvió a funcionar después
de mas de cinco horas de espera y operación, finalmente en el ocaso llegamos a
la ciudad fantasma de Imerimandroso, lugar donde experimentamos el viaje de
verdad, y de donde tengo un especial recuerdo.
En Imerimandroso solo había un bar de estilo
fronterizo y un hotel llamado BellVue, un hotel sin dueño y libre, nos
indicaron el camino, pero en dicho hotel no habitaba nadie, decidimos pasar
allí la noche cocinando unas latas de fabada que metí en la mochila antes de
partir, y que aquella noche sacio nuestra hambre contemplando la luna y las
estrellas desde nuestra atalaya situada enfrente del lago.
Al
amanecer descubrimos realmente como era Imerimandroso, es verdad que los
lugares en la oscuridad parecen otra cosa, a la luz del día se nos descubría un
lugar especial, una ciudad del oeste, fronteriza, sus casitas de adobe rojo y
sus geometrías me tenían chiflado, aprovechamos bien nuestra estancia en la
ciudad de sin casi nadie.
Partimos dos día más tarde atravesando el lago
Alaotra en cayuco de tronco de árbol, hicimos buenos brazos, y de nuevo a la
carretera, a los pickups y los fardos de leeches, ese trasiego esa proximidad
que se siente viajando como sardinas, hizo que
poco a poco fue creciendo nuestra complicidad y el contacto, algo que
los occidentales suelen rehuir al principio, y no suele pasar para nada en los
países africanos o latinos. De todas formas esa proximidad y ese tiempo
compartido de avatares diarios hace que se rompan la distancia y se convierta
en una amistad cómplice y cariñosa. De vuelta en Moramanga, esa noche entre
tragos de cerveza y whisky y mas de una risotada, una vez mas Helen me confesaría
que de verdad le gustaba mucho compartir y viajar conmigo aquella parte de su
viaje, y yo le conteste que a mi también me gustaba ella, y su manera de
funcionar, también me confesaría sus antepasados españoles y holandeses, ya que
su nombre era Helen González, y lo no tan lejos que nos encontrábamos el uno
del otro.
Nuestra próxima parada sería Toamasina o
Tamatave, una gran ciudad portuaria al este de Madagascar, lugar de transito
camino del noroeste, no nos entretuvimos mucho a la ida, volvería a pasar de
nuevo por esta ciudad tranquila especialmente los domingos.
Nuestro siguiente trayecto fue hasta Mahambo,
camino de la Ílee Sant Marie, mas de 7 h. de caminos sinuosos, ríos que cruzar
a ritmo de trasbordador y soukouss, finalmente llegamos a nuestra primera playa
y aguas de coco, risas y complicidades, nuestros días en compañía estaban a
punto de llegar a su fin, en Mahambo nos despedimos tomando cada uno sentidos
opuestos, ella al reencuentro con su amado, yo de vuelta a mi soledad viajera,
volveríamos a encontrarnos en Toliara (sur), esta vez acompañada de sus chico,
comimos juntos pero nada volvería a ser igual. El viaje de vuelta a Tamatave
fue un tanto nostálgico y durillo, alguna lagrima, pero rápidamente habría que
reinventar el viaje, esta vez camino del sur, los baobads, el culto al ancestro,
la gastronomía......
De vuelta en Tana, conocí a un personaje local
llamado Gustave Bergman, un joven que me invito a conocer su familia y comer un
día con ellos, una familia encantadoramente culta, me descubrió lugares de la
ciudad que de haber ido solo no hubiese conocido, y nos dimos mas de un
bailoteo en alguna que otra boîte de la ciudad, nuestra amistad tendría una
correspondencia epistolar larga, ya me encontraba como en casa pero tenia que
continuar el viaje, me dirigía a Morondava parando antes en Antsirabé, donde de
nuevo volví a compartir bus con un belga que también se dirigía a Morondava,
entablamos conversación, finalmente decidimos compartir viaje sin compromisos.
Nada más llegar a Morondava coincidimos en la estación
de bus con un francés que al escucharnos buscar hotel, alegremente nos ofreció
su casa y su tiempo, pero finalmente sus intenciones serian bien diferentes. Súper
amable y servicial, visitamos los baobads al atardecer, ese paisaje alucinante
de la sabana roja, dos días de relax y playas calidas y transparentes, la
amabilidad de nuestro amigo francés se torno un tanto insistente, y a la
tercera noche quedándonos solos tras la cena, me confeso sus intenciones, y su
atracción sexual que atraía sobre el, acabe encontrándome en un pequeño
compromiso, respetaba totalmente sus preferencias sexuales, pero yo también
tuve que exponerle las mías, solo que mis intenciones eran otras, a los pocos días
tuve que reemprender mi camino del sur, del sur total, y el encuentro conmigo
mismo, necesitaba volver a la soledad del viajero.
Una vez en Toliara las lluvias empezaron e
embarrar el camino, viaje hasta el parque Isalo donde pude realizar un trecking
de tres días atravesando el parque con mi guía local que me mostró los rincones
del Monkey Canyon las cumbres areniscas erosionadas por el tiempo. Para
terminar viajé lo mas al sur, a la
Baie des Galions en Taolagnaro (Fort Dauphin), e intentar
conciliar la serenidad contemplando el mar desde sus diferentes cimas, que en
la época de Septiembre se pueden adivinar el paso de ballenas y delfines por
este paso.
Ya de vuelta y con la sonrisa puesta, quedan
en la retina y la memoria todos esos momentos vividos durante el viaje, y que
ya una vez en casa, revisando, seleccionando, visualizando con los amigos de
verdad, se vuelve a revivir el viaje de nuevo, compartiendo las experiencias y
anécdotas, las imágenes……
Imerimandroso
Moramanga-Mahambo
Antsirabe
Toliara-Taolagnaro
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