sábado, 31 de marzo de 2012

XXXII 1990´s Imágenes Compuestas








Acababan de empezar los 90 y el país se estaba transformando para estar bonito en el 92,  estábamos en plena efervescencia me refiero a los jóvenes como yo en aquel momento, con ganas de aprender nuevos lenguajes, nuevas formas de ver el mundo, recuerdo que pasaba largas horas sumergido en el laboratorio poniendo en practica todo lo aprendido con Manuel Serra, con quien descubrí las primeras fotocomposiciones en bn, mas tarde David Hockney nos dio una clase magistral  con su obra fotográfica, decidí adoptar la técnica y realizar algunas fotocomposiciones, todavía no existía la palabra mágica: Photoshop y la fotografía digital, pero el resultado sería quizás todavía mas autentico.








































































sábado, 17 de marzo de 2012

XXXI 1990´s CAN FORMIGA






Mi primer contacto con el graffiti lo tuve el año 1987, cuando andaba por Madrid, las primeras plantillas o firmas que me llamaron la atención fueron las de Muelle, pionero y todo un referente del graffiti Español, el muelle viajaba, porque cuando regresaba por Alicante, el muelle me perseguía o yo a el, al poco tiempo en la 2 en un programa de la Chamorro “La edad de oro” , descubrí a keith Haring, personaje que me fascino, y el arte que regalaba en las esquinas, en vallas del metro, su primitivismo, los bebes radiantes de la calle, fue en mi viaje a NYC en el 90, cuando perseguí sus pistas y halle sus huellas. Todo lo demás… la juventud… el amor en los 90´s ..



 
CAN FORMIGA    relato de  JAVIER SANTOS ASENSI 


    Lo suyo, de eso no me cabe la menor duda, fue una auténtica pasión de hormigas. No hubo en ello, como alguno quisieron ver, ni secta, ni obsesión, ni metáfora laboriosa. Más bien, una pizca de cariño, generosas dotes de inventiva, y todas las noches de su juventud para dar esquinazo al aburrimiento.
   Quizás haya que remontarse a un viaje suyo a los Estados Unidos. En todo caso, allí lo conocí. Fue otro de mis buenos amigos, Elías Demora, diplomático por aflicción y en tránsito en Los Ángeles, pidiéndome que lo alojara por unos días. “Un tío estupendo, un vividor de buenas costumbres y mejores viajes, un artista en ciernes”. Una joya, vamos, así de lisonjero era el bueno de Elías. “Tú verás. Trátalo bien, que yo me tengo que volver a Washington”.
     

  Primero en Los Ángeles, y luego en Nueva York quedó impresionado por los improvisados paisajes de graffiti y cemento; y en ellos, tatuados, los más alucinantes códigos de amor y violencia. Leía ávido y sorprendido la identidad, recatada a los trazos y manchurrones, de miles de negros y latinos, graffiteros incorregibles, que hacían del aerosol un lenguaje donde el color, pero también el calor, m´brother, se repetía marcando territorialmente los límites del barrio y de sus vidas.

        
  Tengo entendido que sus paseos por el Soho y el Village neoyorquino terminaron por arrastrarlo al Pop Shop en la Fayette St., ese rincón mágico, ese microcosmos freaky y entrañable donde permanentemente se recuerda la meteórica ascensión del que quizás sea, años después de su muerte victima del SIDA, el mas reconocido de los concha-jode-paredes que produjo la urbe madre de Nueva York: Keith Harring
     
        En sus cartas, más tarde, cuando ya nuestra amistad se había sellado, a menudo me hablaba de Haring. “un artista generoso. No dudó en regalarnos su obra, sus murales, sus miedos, su fe y su desesperación, su alegría y hasta su propia muerte, anticipada en toda la geografía urbana de Nueva York”. Nunca se cansaba de hablar de él. “Keith Haring fue un  pintamonas de lo radiante, un inventor incontinente de ángeles, demonios y criaturas huérfanas de sexo; sabia como transmitir con la sencillez de unos trazos lo más primitivo y profundo de nuestras pasiones.”
     
           Escaleras sin retorno, algo de todo aquello se le coló en el ánimo pues, cuando cruzó de nuevo y de vuelta al Atlántico, me temo que ya miles de hormigas prehistóricas le hervían en la sangre. Como hubiese dicho García Lorca, poeta en Nueva York: “Ya vienen las hormigas, ya llegan desde los hormigueros del alba”. De vuelta al pueblo, le consumía el aburrimiento; el trabajo acumulado más que ayudar deprimía cualquier despunte de creatividad. Peor todavía, le dio por echarle vuelos al corazón y el amor, por andar jugando a tres en raya, le acabó jugando triquiñuelas a la razón.

   

  
En fin, que las semanas eran vanos en el tiempo y que él, jarto ya de estar jarto, una noche sin luna, armado aerosoles y plantillas (y además enamorado), decidió echarse a la calle y emular en el pueble el color con el que morenos y latinos habían lustrado los más sórdidos callejones americanos. Primero buscó las rutas de ella, su enamorada; las primeras columnas de hormigas desfilaron del casino a la Travessía, de allí al campo de fútbol y, como una súplica, por si ese fin de semana ella se largaba a la capital, en los viñedos, o en los puentes de la autoría. “Ya te quiero”, rezaba su primera oración graffitera, con pulso más bien frágil y talante ingenuo.
      
    
A la proclama no tardaron en acudir nuevas cordadas de hormigas. Pero la interesada, es decir, la enamorada, o bien se hacia la sueca, o no se quería dar por enterada así que él, armado de una tristeza valiente, insistió y siguió saliendo a la calle, embozado en su clandestino arrebato, decidido a que las hormigas contaran sus arrestos de amor descalabrado. Noche sí y la siguiente también, jugando al escondite con los municipales, su lamento empezó a alegrar los muros hasta ahora olvidados o intransitados del pueblo: el solar vacío de los Astures, la esquina del mercado con Colón, la Cruz de los Caídos, los jardines del Casino, Jaume II, Santa Rosalia y, por si acaso, en los Desamparados.
      
  “También yo quisiera haber sido cigarra”, se quejaba desde su pintada una hormiga reina (todavía con las alas de pintura fresca), cansada quizás del trajín de todas las noches. Las filás se deslizaban anónimas acarreando cien veces su peso en migajas de anticipación: ella, sus manos, su boca, su cuerpo por devenir, “¿Cuándo me querrás?, ¿Cuándo serás mi reina?”, y sentía él ese hormigueo ya del deseo mientras se deslizaba invisible de vuelta a casa a las tantas de la mañana.
           





Como esto del amor siempre va bien despacio, más y más columnas de hormigas se sumaron a las ya asentadas. Era imposible detectar su rumbo o su procedencia. Había hormigas que subían en romería hacia el Castillo, las había que bajaba por las ramblas; hormigas en procesión de cera por la calle Mayor, desfilando de tres en fondo por la avenida de Elche, y también círculos viciosos y dobles tirabuzones de hormigas no lejos del ayuntamiento y la parroquia. Llegaron incluso a verse hormigas solitarias, aquellas que, despistadas con tanta acrobacia, habían perdido el paso de la pintada: “Si tú no estás, ¿Quién las dará de comer?”,”Haring también me hubiese pintado un compañera”
      


    Aquello terminó por estar en boca de todos. “Será algún grupo de esos de rock, grunchies, drogotas”. “Que va, tío, publicidad. Es todo publicidad, una nueva marca de colonia o algo así”. “¿Pero de qué vais? Seguro que son los de la Maquina, que ya no les llega más al Sur”.  “Dabute, colegas, vaya tripazo de hormigas.” Hubo apuestas, pistas e indicios; pero también los hubo que se subían por las paredes. Tanta hormiga le debió terminar de buscar las cosquillas a más de uno o dos bienpensantes del lugar porque, lo que son las cosas, muros en los que antes nadie reparaba o esquinas donde sólo los perros marcaban su territorio, ahora merecían, a decir de algunos, el respeto y la defensa ciudadana ante la inadmisible plaga de barbarie y mal gusto, signos de nuestros tiempos.
      
   Más que mosqueo hubo hormigueo en el cabildo. “Esto, señores”, creo oír a la alcaldesa, “no nos lleva a ninguna parte. Hay  que atajar este estropicio, y ay que atajarlo ya”. Figuraos, mensajes radiofónicos, edictos municipales, recompensas para quien aportara pistas fiables, y lo que es peor, el boca a boca de los miércoles y sábados de plaza o de las tardes de domingo en la Glorieta. Y es que osos hormigueros los hay en todas partes, vaya.
     
 

              Pero, ¿en qué quedo su pasión de hormigas? Tuve miedo que acabasen con nuestro Haring local pintando monas en las inhóspitas celdillas del retén municipal. No fue así. Al final la hormiga reina fue su reina, y por las noches, en lugar de graffitis pintaban otras batallas. Recordad lo que decía la fábula de la cigarra y la hormiga: “Pronto llegará el invierno, y entonces…”, entonces, ay de aquellos a los que el frío sorprenda sin haberse enamorado aunque sólo haya sido una vez. Porque, de verdad, ¿no te hubiera gustado como a mí, al menos por una noche, ser este graffitero de hormigas, irreverencia y melancolías?
       
      Hace unos meses acerté a pasar por su pueblo. Él no estaba, andaba metido un no sé qué trabajo. No pude resistir la curiosidad y recorrí el lugar, palmo a palmo, buscando indicios de aquella plaga de hormigas. Me emocionó comprobar que todavía algunas habían conseguido sobrevivir a las inclemencias del tiempo, la especulación de los 

solares, las sucesivas campañas electorales, y sobre todo, a la zafia incomprensión de los que nunca pintaron un corazón de tiza en su pared. Todas esas hormigas se conservan tan radiantes como el primer día. Quizás fueran pocas, y cada vez menos. Hormigas en vía de extinción, o algo así. Deberían llevarlas a un museo o levantar un monumental hormiguero; o por lo menos, deberían dejarlas transitar sencillamente por nuestros corazones.



 



(El relato Can Formiga forma parte de nuestra primera gran colaboración para la colección de autoeditores  “La ultima canana de pancho villa”)








domingo, 11 de marzo de 2012

XXX 1990´s Viajes GUATEMALA





Hay viajes en que uno no percibe la dimensión y dificultades del viaje hasta que son viajados, hasta que son vividos, de Guatemala tengo un especial cariño, no quizás por lo fotográfico, sino mas bien por la aventura del trayecto y las experiencias vividas con los indígenas, y en especial después de la lectura del libro “Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia”, de la Premiada con el Nóbel de la Paz en el 92; Rigoberta Menchú, de lectura indispensable para todo aquel que quiera conocer el país y su pasado, en mi dejo una profunda huella y un gran respeto frente al mundo indígena, tanto del centro, del sur del continente Americano como del norte, donde siempre se repitió la misma historia de colonialismo y genocidio. Gracias Rigoberta por aprender la lengua del opresor para utilizarla contra él.




 
 Rigoberta Menchú (Mensajera de la Paz - Conferencia 1992 Murcia),





Guatemala 1990



A Guatemala viaje con mi querida amiga Ana desde L.A., podría enmarcarse en el viaje dentro del viaje, disponíamos de algo mas de dos semanas antes de que ella retomara su trabajo como profesora en un colegio de L.A., con el mapa y algunos itinerarios que nos sugirió nuestro amigo Javier nos embarcamos en esta pequeña gran aventura. Nada mas aterrizar en Ciudad de Guatemala, alquilamos un Suzuki Santana 4x4 que sería nuestro fiel compañero, y salimos corriendo hacia Antigua Guatemala, antigua capital del país, una ciudad muy linda, con una marcada arquitectura colonial, colorista, tranquila y turística, perfecta para nuestro primer día de contacto, nuestra idea era estirar lo mas posible las semanas que disponíamos, y en Antigua, contrastando con la gente local nos sugirieron un par de rutas para llegar hasta el Tikal (Norte), optando finalmente por la del interior, pasando por la región del Quiche. 

En nuestra segunda etapa ascendimos hacia el noroeste hasta Panajachel, puerto de embarque en el Lago Atitlán, fue como sumergirse en un sueño, el lago del los volcanes, embarcamos hacia San Pedro y Santiago de Atitlán, un trayecto precioso, unos días de compartir con los locales, y también descubrir que las iglesias evangelistas proliferaban como los champiñones.

Ya de vuelta a Panajachel, conducimos nuestro coche aparcado hasta Chichicastenango, otra de las etapas interesantes, donde pudimos ver algunas de las manifestaciones religioso-chamanicas en los soportales de la iglesia, pero nuestro interés estaba mas al norte, alejado como siempre de las ciudades, emblemáticas.

 






Salimos de Chichicastenango rumbo norte, nuestra aventura solo acababa de empezar, ya le tenia pillado el tranquillo al 4x4 y su holgura del volante, mi copiloto Ana, mapa en mano guiaba nuestro camino, Guatemala es tupida, montañosa y a veces estrecha con muy poca perspectiva, y encima la época de lluvias todavía no daba a su fin, pero con las cuatro ruedas activadas nuestra ascensión hacia el Quiche, fue toda un prueba de rally, la pista de repente desaparecía y se convertía en un gran charco imprevisible, y con alto riesgo de quedar embarrados, pero como un valiente nuestro pequeño 4x4, nos saco de todos los barrizales, no sin dar algún que otro patinazo, de repente en los barrancos encontrarse con algún camióncete en sentido contrario se convertía en toda una peripecia de maniobras para cruzarnos en nuestro camino, sin que se despeñara por aquellos barrancos algunos de los trasportes. El país en aquellos momentos se suponía tranquilo, aunque las elecciones estaban a pocos días de celebrarse en todo el país, conforme ascendíamos mas al norte, los controles de policía en algunos poblados se sucedían, el ambiente era mas denso, la bruma también, pero los sonidos de Bob Marley que suspiraba la cassette de nuestro 4x4 hacia mas llevadero el traqueteo de la carretera.

 Llegados a Nebaj, discurrimos varios días por los alrededores, Chapul, y San Juan de Costal, sentí mas tarde no disponer de más tiempo, para conocer mejor a las gentes que nos habrían sus casas, nos enseñaban sus huertos y sus técnicas de telar el Güipil (vestido tradicional indígena), con los colores del Quetzal (ave símbolo del país), de compartir un plato más de frijoles con tortitas.

El tiempo discurría rápido al son son del Santana 4x4, nos quedaba poco mas de una semana, y dos etapas hasta el Tikal, y poco mas para regresar, así que nos dimos un tute largo hasta Flores, puertas del parque nacional del Tikal y centro de la Cultura Maya, recuerdo que llegamos anocheciendo al parque, y que nuestra emoción y cansancio nos podia, pero decidimos adentrarnos para nuestra primera toma de contacto con las ruinas Mayas, y conforme nos adentramos la noche se hacia mas espesa como la selva que la rodea, la actividad animal se incrementa a esas horas y los sonidos que nos llegaban de sus profundidades nos sobrecogían, hacían mas emocionante aquel momento iluminado con el haz de una linterna, cuando vislumbramos las primeras ruinas, las primeras piedras cargadas de historia, nos emocionamos y decidimos volvernos corriendo antes de que los animales salvajes, el puma sagrado nos engullese.

Al próximo día con las primeras luces cubiertas de la mañana, nos adentramos de nuevo en la selva del parque para escalar la mas alta de las pirámides Mayas oculta, engullida por la selva, donde se puede tocar el cielo por encima de las copas de la foresta, escuchar el sonido de Macacos, y las aves de la mañana.

Rumbo al sur y antes de embarcarnos en nuestro vuelo de vuelta, hicimos dos paradas, una corta en el camping mas hippy que he conocido, precioso camping Isobel, en Poptúm, terminando en Livingston, la Guatemala mas Africana en el pequeño trocito de caribe de la que dispone este país, y ultimo reducto de los descendientes de los esclavos africanos que llegaron de la mano de nuestros antepasados y del trafico de seres humanos.






 Nuestros días por Guatemala tocaron a su fin, intensos, quizás rápidos, pero el viaje todavía no había terminado, quedaban días de asimilar, releer y revivir la intensidad de aquella experiencia.