miércoles, 3 de octubre de 2012

LI 1990´s Caminos de hierro del occidente Africano 2.2 - Viajes





2.2  Caminos de hierro del occidente Africano


 
Viaje Al corazón de los contrastes


Una vez obviamos los estereotipos de la exótica necesidad y la hambruna endémica, ¿qué es, en definitiva, lo que hace de esta peculiar  navegación ferroviaria que proponemos, una experiencia positiva? Pues bien, muy  a pesar de la hermosura  de la construcción en barro sudanesa o de las idílicas playas oceánicas, no me atrevería a recomendar este viaje a aquellas personas ávidas de arquitecturas y exótico relajo. No es tampoco apto para fabulaciones de la prisa, en África todo es parsimonia; “acá-se vanagloriaba un viejo amigo senegalés- nadamos matando el tiempo a cada instante, sin embargo a vosotros en Europa el tiempo os mata, consumiendo cada rincón de vuestra vida”.




Todo toma su tiempo llegar el lunes de mercado a Djenné o alcanzar finalmente Tombuctú; atravesar el país Dogón, adentrarse en un parque nacional, o incluso completar los saludos rituales cada vez que reencuentras a cualquiera de tus nuevos conocidos. Es éste un viaje lento al corazón de la gente, que es como decir una travesía al corazón de la cultura del África occidental. Un viaje a la diversidad, a la diferencia, que necesita de grandes dosis de paciencia, y un único refinamiento, el de la tolerancia y el respeto por todas aquellas costumbres que nos son ajenas.

Solo entonces  será posible empezar a entender la intensa belleza que subyace a los contrastes: la vasta y hermosa desolación del desierto en Tombuctú y Gao, frente a las marismas tupidas de manglares y las selvas de nombres difíciles al sur de Senegal o de Costa de Marfil. No lejos de los siempre populares paseos fluviales de Ségou, Bamako o de la fascinante Djenné se extiende la meseta silenciosa del Sahel, en cuyo corazón se abren como cicatrices los escarpados cañones y barrancos en los que aún habitan, orgullosos de su esencia única, los pueblos fogones. Los parques que acotan algunos de los últimos bosques autóctonos de la región; Camoé o Tai en Costa de Marfil, o el de Niokolo.koba en el sudeste senegalés, rompen la árida monotonía de la planicie: ocres,  sienas y tostados desde la ventanilla de un tren cuyo rumbo a veces olvido. La sabana, sembrada aquí y allá de matorrales, arbustos y baobas; y en su reverso, las dunas y playas tropicales de Casamance, al sur de Senegal, o las de Sassandra  y Assini en Costa de Marfil.




En una de las paradas, desde un andén de tierra mal pisada, observo aquel tren tartaja, desvalido y sin orgullo alguno, asaltado por una turba excitada de vendedores y pedigüeños: gritos y órdenes, empujones, caídas; racimos de manos aupando a las ventanas cucuruchos de cacahuetes recién tostados, bolsitas de agua y refrescos, piñas, bananas, ramilletes de dátiles o mangos de pulpa dulzona. Y recuerdo sentir un algo de lástima por aquel convoy asediado, en el medio de la confusión de lenguas y palabras escupidas en todas las direcciones de aquella estación mal iluminada camino de Bamako.

Es éste un tiempo de demoras y sensaciones abandonado a la conversación y la risa, al hervor de los tés que se dicen amargos y fuertes, como el amor, o dulces, como la vida. Es un tiempo de trenes que se dejan arrastrar fatigosos, esparciendo en el horizonte de la memoria los restos de aquel festival de hedores y clores disparatados que ahora llamo recuerdos. Un tiempo que nos recuerda que lo importante del viaje no es llegar, conquistar o alcanzar, es el tránsito por el presente de las sensaciones y los sueños; lo verdaderamente importante es conocer a la gente que habita ese viaje, a los pobladores de un sueño que circula sin prisas por los caminos de hierro del África Occidental.

Texto: Javier Santos Asensi




                                                                       Ségou-Uagadugu-Abidjan


 









































































































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